Y finalmente aprendí a bailar

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¿Dónde vamos a bailar esta noche? de Sara Goldschmied y Eleonora Chiari. (Museo Bolzano de Milán)

«Todo empezó en una playa.»

Así empieza uno de los relatos de este libro, ¿Dónde vamos a bailar esta noche? de Javier Aznar. Mi relación con él, bueno, mi conocimiento de su existencia, también comenzó en una playa. Quizás no era una playa, pero sé que era verano. Por aquél entonces yo desconocía su nombre, tan solo su seudónimo «Holden Caufield»,  basado en el protagonista de El Guardián Entre El Centeno. A pesar de este sobrenombre, la mayoría de personas se referían a él como «Guardián». ¿Guardián de qué? Quizás de la perpetua juventud y de los cientos de amores de verano o de las noches que empiezan con una cena y acaban liándose hasta acabar dando tumbos por la calle Jorge Juan a las seis de la mañana.

Escribo estas líneas mientras escucho In My Arms de Rufus Wainwright, una canción que precisamente descubrí gracias a Javier Aznar una vez que la compartió en Twitter. Quizás es el ritmo de esta canción, o la voz de Wainwright lo que hace que siempre me acuerde de sus historias, pero me da la misma sensación; tómate la vida a tu ritmo y que pase lo que tenga que pasar, y si sale mal pues pedimos otro gin tonic.

Si por mi fuera, empezaría a contar con todo detalle lo que cada historia suya ha llegado a ser para mí, pero eso implicaría hacer spoilers y no quiero privar a nadie del inmenso placer que es leer ¿Dónde vamos a bailar esta noche?. Lo que sí puedo decir es lo que su obra ha implicado en mi día a día. Su columna en Elle tiene por nombre Manual del buen vividor, y realmente ese nombre le viene a la perfección, para nada como la definición despectiva que da la RAE sobre este adjetivo, si no como la que encontramos más abajo si la buscamos en el diccionario: «Que vive la vida disfrutando de ella al máximo.» Y sus palabras son capaces de agarrar por los hombros al chico más pesimista de la historia, darle un par de guantazos y decirle: «¡Eh! Espabila que no tendrás más oportunidades como esta.» Odio los libros de auto-ayuda por en cima de todas las cosas, y jamás consideraría este libro como uno de ellos, pero lo que sí puedo decir es que este libro me ha ayudado tanto como (casualmente) El Guardián Entre El Centeno de J.D. Salinger o Instrumental de James Rhodes.

Tuve el inmenso placer de conocer a Javier (¿se me permite tutearle?) en la terraza de la Casa Suecia, contemplando el skyline de Madrid en una calurosa tarde de mayo. Fue una conversación corta, decenas de personas esperaban detrás para que su ejemplar fuera firmado. Veía como gente le pedía una foto, pero yo pensé que no quería eso, quería seguir conservando ese pequeño anonimato que le quedaba, a pesar de que quería haberme quedado horas hablando con él. Bajé por el ascensor con una sonrisa de imbécil pensando que alguna vez me gustaría tener la capacidad de escribir sobre esos momentos efímeros tan bien como él. No haré como Sofia Coppola en Lost In Translation y ocultaré lo que Bill Murray le dice al oído a Scarlett Johansson. Yo os diré lo que me escribió en mi libro en una letra casi ininteligible (lo siento, Javier): «(…) Espero que te gusten los momentos efímeros de este libro y que tú también escribas sobre los tuyos.» No sé si eso se lo escribía a la mayoría de los que pasaban por ahí, pero me gusta pensar que solo me lo escribió a mí.

No sé qué final darle a este escrito, por lo que acabo de abrir el libro aleatoriamente y he dado con el párrafo idóneo: «Porque las medias naranjas no sirven para nada. Son iguales entre sí y su única finalidad en la vida es ser exprimidas para su consumo inmediato, porque si no se oxidan, se les van las vitaminas y no sirven para nada. Y de ahí directas al cubo de basura. Casi preferiría un medio limón: algo con un toque ácido, de gin tonic en gin tonic (…)»

Quizás sea ese el sentido de vivir en este mundo, pero mejor preguntádselo a él. Pero yo por el momento le voy a agradecer haberme enseñado a bailar, así que bailemos la última antes de que vengan a limpiar.

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