Las amapolas también viajan en tren

bahad-r-bermek,waiting-sirkeci-train-station,street-city-travel-light-shadow-people-urban-blackandwhite-bw-abstract-black-buildingEl viaje iba a ser largo. Por lo que había oído, si todo iba bien el trayecto duraba tres horas pero con incidencias provocadas a causa de las vías desgastadas podría llegar a durar cinco horas. Me encontraba solo en los dos asientos derechos de la sexta fila del segundo vagón. Ya me había terminado el libro que tenía cuando apenas llevábamos dos horas de viaje y como de costumbre, animada por los nervios y el aburrimiento, mi pierna empezaba a moverse frenéticamente. Es una especie de tic que tengo desde que tenía siete años y me tuvieron esperando dos horas en la antesala del despacho del director a la espera de un buen discurso sobre “Por qué no debes tirarle piedras a los compañeros que te insultan”. Me gané un tic de por vida, pero sigo manteniendo que esos imbéciles se lo merecían.

    Como era de esperar, el tren acabó parándose en un tramo de bosques, al parecer había caído un tronco a la vía. ¿Sabéis esa cita o lo que sea que dice que un tronco que cae en medio del bosque no hace ruido porque tú no lo oyes? Pues ese maldito tronco cayó en medio de la vía, aunque no llegué a oírlo. A lo mejor tienen razón. No perdamos el hilo, ese tronco quedó justo en medio de la vía. No a un lado o a otro para que el tren pudiese pasar, no. ¡Justo en medio! Si hay algo ahí arriba, seguro que se estaba retorciendo de risa viendo la situación. Para amenizar la espera decidí llamar a mí novia.

-¿Diga? -dijo después del tercer pitido.

-Cielo, soy yo. Adivina a quién le ha caído un árbol en medio de la vía. Me respondieron unas fuertes carcajadas durante unos segundos.

-Sí, sí, tú ríete, pero a mí no me hace ninguna gracia. Además también te afecta a ti porque tendrás que venirme a buscar más tarde a la estación.

-Bueno, ¿Qué más da? Tampoco tengo anda que hacer.

-Oye, envíame telepáticamente algo de comida porque no tengo nada y no me queda ni un céntimo para ir al vagón-restaurante a coger algo.

-Sí, espera que ahora te envío un buffet libre entero para ti solo.

-Ja, ja. En fin, te cuelgo porque voy a intentar dormir un rato, a ver si al despertar ya solo quedan diez minutos para llegar a la estación.

-Anda, cariño, no protestes tanto.

Y colgó.

Me quedé unos segundos con la cabeza entre las manos intentando calmar los nervios, pero al volver a la vida real, un poco más y sufro un infarto. En el asiento de mi izquierda, que había estado vacío todo el trayecto, ahora estaba ocupado por un hombre con gafas de pasta, bigote, una piel más bien fofa y ataviado en un traje que parecía sacado del armario de Mr. Bean. Me miraba apuntándome a los ojos con una sonrisa que me pareció totalmente maníaca, pero que viniendo de él, era lo más inofensivo que me podría encontrar en ese vagón. En sus manos sostenía una bolsa de papel y la iba levantando al mismo tiempo que movía la cabeza arriba y abajo y levantando las cejas, dándome a entender que me estaba ofreciendo lo que hubiera en esa bolsa.

-Hijo, coge unas pocas. -me dijo con una voz más bien aguda.

-Perdone…¿Qué? -contesté totalmente desconcertado.

-Nueces, son muy buenas.

-Ah no, gracias, no tengo hambre.

-No me intente engañar. Le he escuchado decir por teléfono que se moría de hambre. Venga, no me haga el feo.

Finalmente decidí coger unas pocas y le agradecí el gesto. Mantuve mi mirada hacia delante, mirando fijamente el cabezal del asiento de delante mientras masticaba esas nueces que si soy sincero, estaban realmente buenas y sorprendentemente consiguieron quitarme el hambre. De pronto, una mano extendida se cruzó en mi campo de visión.

-Por cierto, mi nombre es Jeremy Wollard.

-Sam, Sam Bloom. Y gracias otra vez por las nueces, han conseguido calmar mi apetito. -contesté mientras le estrechaba aquella mano gastada.

-Un placer, Sam. Las he comprado en la estación porque al igual que tu, no iba a aguantar todo el trayecto sin comer nada. Si me permites preguntar, ¿A qué te diriges a Maine?

Me estaba empezando a caer simpático ese hombre.

-A pasar unos días con mi novia aprovechando que me han dado vacaciones. ¿Usted?

-¡Oh! ¡Entonces estarás bien acompañado! Yo voy tres días porque tengo que dar dos charlas en la universidad.

-Vaya, ¿Es usted profesor?

-Catedrático en literatura medieval por la universidad de Barcelona. Ya sabes, para estudiar eso no puedes irte a una universidad de Japón. Tienes que irte lo más cerca posible del corazón de esa época y seguir los pasos de centenares de juglares y trovadores. Además, las playas de Barcelona son una maravilla, bueno, al menos lo eran, hace años que no voy y no sé como estarán.

    Siguieron pasando los minutos y ese hombre siguió contándome a brochazos su vida y sinceramente, era de las vidas más interesantes que había oído. De joven había tenido un grupo de grunge y al separarse este grupo, se hizo cantautor y daba conciertos en su facultad. Desgraciadamente no le llegó la fama, pero consiguió publicar una canción llamada “Where did you go?”. Al acabar la carrera se fue a vivir un año a París donde conoció a Jacqueline, la que sería su mujer. Un año después tuvieron que volver a Barcelona pero la situación era aún más precaria y acabaron separándose. Después de un año de matrimonio, se separaron y él volvió a Maine para ejercer de profesor en la universidad, profesión que sigue ejerciendo en el mismo sitio. Durante el periodo que empezó a trabajar allí hasta el día de hoy, se ha vuelto a casar dos veces y ha publicado tres libros de literatura medieval y una novela de la que apenas entendí el argumento, solo recuerdo que el título era “Thy English Rose”.

    Aún no sé cómo, desperté unas horas más tarde cuando apenas quedaban treinta minutos para llegar. No tengo ni idea de como caí dormido, pero la vergüenza que pasé al despertar fue considerable.

-Hacía mucho que no se me dormía alguien con mis historias, ya lo echaba de menos. -dijo aquella voz casi asustándome por segunda vez.

-Lo siento, Señor Wollard, apenas dormí ayer y tenía mucho sueño acumulado. -dije intentando disculparme.

-No te excuses, me gusta que te hayas dormido porque así sé que me estabas escuchando.

Finalmente llegamos a nuestro destino. En el andén de la estación había decenas de personas, todas ellas con la cara invadida por una sensación de nervios. Estaba repleto de ojos llorosos y nerviosos, de niños cogidos a sus madres mirando a las oscuras ventanas del tren. Todo era como en las películas, solo faltaba el sonido del tren de vapor. Empezamos a bajar a tropel y una vez abajo, el Señor Wollard me cogió de la mano y me dijo: “Hijo, hay ocasiones en la vida en la que se te es permitido dormirte, pero nunca te pierdas los momentos que marcarán tu vida. Espero volver a verte, de hecho sé que te veré y cuando eso ocurra sé que me contarás que lo que te estoy diciendo te sirvió.” Oí mi nombre e instantáneamente me giré. Vi a mi novia a lo lejos levantando la mano para llamar mi atención. Cuando me volví a girar Wollard ya no estaba.

-¡Sam! ¿Qué hacías? Llevo rato llamándote.-dijo ella agobiada por el griterío.

-Perdón, estaba hablando con Wollard. Te lo iba a presentar, pero ya se ha ido.

-Sam, llevo mirándote desde que has bajado y has estado solo todo el rato parado y mirando a un punto fijo.

Sus palabras me dejaron bloqueado, no entendía nada o a lo mejor no quería entenderlo. Ya tendría tiempo de pensarlo en el trayecto a casa. Dejé la maleta en el suelo y la besé como nunca, con intención de no dormirme jamás.

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